Ana Kateri Becerra Pérez
¿Qué pasó realmente en Original?
Actualizado: 26 nov 2021
Mucho se ha dicho del evento Original, organizado por la Secretaría de Cultura, que se llevó a cabo del 14 al 21 de noviembre de 2021, en la antigua residencia presidencial que hoy se ha convertido en el Complejo Cultural Los Pinos. Con este texto no pretendo encontrar el hilo negro ni cancelar a nadie, es simplemente una invitación desesperada a la empatía.
Comenzaré intentando hacer un breve recuento de lo que aconteció en los cuatro días en los que yo estuve presente (del 18 al 21 de noviembre), exclusivamente como público. Advierto de antemano que mi opinión es personal, está sesgada y es limitada, por lo cual considero importante la retroalimentación respetuosa y empática porque creo firmemente en la comunalidad como la manera más rica de generar conocimiento. Aunado a esto me parece importante puntualizar que no me interesa convencer a nadie de nada porque, como decía Saramago, “convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.
El evento Original fue anunciado como una propuesta de revalorización de las manifestaciones culturales tangibles tipificadas, desde discursos institucionales, como artesanías, dando prioridad especialmente a lo que algunxs nombran textiles indígenas. He de confesar que cuando fue anunciado el evento pegué el grito en el cielo porque me perturbó bastante el discurso que en ese momento identifiqué como paternalista y exotizador (aka racista). Así que, como soy de la idea de que no se puede criticar lo que no se conoce y me pareció bastante conchudo hablar por hablar, decidí indagar más. Spoiler alert: no estaba tan equivocada.
Aprovecho esta breve introducción para enfatizar que mi intención no es ni sentenciar ni cancelar a ninguna de las personas que por convicción o necesidad accedieron a ser partícipes de dicho magno evento, al contrario, reitero que esto es un llamado a la empatía. Ahora bien, si yo soy o no soy la más indicada para opinar al respecto, entiendo que puede haber discrepancias. Me tomo la libertad de externar mi opinión porque creo que mi bagaje, profesión y postura política lo demandan.
Por otro lado, quiero hacer presente que mucha de la información aquí plasmada fue obtenida gracias al diálogo con artesanxs, personas invitadas a modelar en las pasarelas, especialistas en el estudio de los textiles, y el público en general; de quienes agradezco enormemente la retroalimentación, y puntualizo que tengo su autorización para divulgar la información compartida, sin embargo, las identidades permanecerán ocultas puesto que no quisiera que ocurriera ninguna represaría contra nadie por mis propias imprudencias. Además, considero sumamente relevante explicitar que esto no es un estudio etnográfico ni mucho menos, ya que yo no cuento con la formación académica para desarrollar dicho método ni me interesa. Es meramente reflexión nacida de observación, compartición y retroalimentación.
Quisiera decir que las quejas comenzaron el 14 de noviembre, pero no fue así, en realidad, comenzaron antes. Algunxs artesanxs se quejaron de que los nombres de las personas a quienes estaban dirigidas las invitaciones eran incorrectos, y con esto no me refiero a errores de dedo sino a invitaciones dirigidas, por ejemplo, a personas finadas, lo cual resulta bastante doloroso. Otrxs artesanxs fueron invitadxs, desinvitadxs y vueltxs a invitar por confusión de lxs organizadorxs. No importa cuándo se quieran justificar con que “es que es el primer evento” “es que es muy grande”, esto es bastante violento, dado que no se toma en serio la identidad de lxs productorxs, sino que se cosifican. En algunos casos también sucedió que llegaban a ciertas comunidades a buscar a artesanxs que eran de otros pueblos, pero de la misma región. Esto solo demuestra una visión racista en la que se conciben a los pueblos indígenas como homogéneos.
Pero entremos en materia, el evento inició el 14 de noviembre, cuando arribaron a la CDMX la mayoría de lxs artesanxs que participarían, a quienes se les notificó que esos días serían para capacitación. Muchxs de lxs asistentes pensaron que las capacitaciones iban en el tenor de la logística del evento por su magnitud, pero cuál sería su sorpresa al notar que las capacitaciones pretendían instruirlxs en temas de propiedad intelectual, economía social… voy a empezar a citar los títulos de los talleres: “Taller participativo ORIGINAL (México creativo) <<para todas las artesanas y artesanos>>”, “Beneficios de la propiedad intelectual”, “Herramientas de difusión y comercialización”, “Economía social y solidaria para el sector artesanal”, “ ¿Cómo organizar una pasarela?”, “Desarrollo y experimentación de Producto”, “Introducción y aprendizaje en línea (plataformas, talleres y capacitaciones digitales de la Secretaría de Economía”, “Planeación financiera y habilidades digitales”, “Pagos digitales”, “Taller para el registro de marca”, “Herramientas de difusión y comercialización”, “¿Cómo funciona la industria de la moda?”, y “Desarrollo y experimentación de producto”.
En este momento tengo emociones encontradas porque no sé qué tan válida es mi queja: Yo soy de la idea de que ese tipo de capacitaciones tendrían que darse por solicitud de lxs artesanxs y no por imposición, sin embargo, siento que estoy siendo poco empática ante las necesidades reales del mercado. La Secretaría de Cultura objetará que los talleres fueron solicitados, pero yo tengo otra información. Aun así, me conflictúa enormemente la tendencia capitalista de los talleres, porque me resulta extremadamente violento ignorar las formas de producción artesanal, es decir, que hablamos de artefactos manufacturados mediante herramientas mecanizadas y, por lo tanto, no industriales. Y lo nombro violento porque las cadenas operacionales implicadas en la manufactura de un objeto artesanal son la materialización de tradiciones culturales colectivas y los tiempos de producción dependen de una variedad de factores que no necesariamente obedecen a lógicas capitalistas. A pesar de mi opinión, que pueden compartir o no, lo que me parece importante analizar es la tendencia del Estado de querer capitalizar los productos culturales a cualquier costo.
El miércoles 16 ocurrió una situación que, a pesar de no haber salido a la luz pública en el momento, apareció de boca en boca durante los días siguientes: Lxs organizadorxs del evento se presentaron con lxs artesanxs para informarles de ciertos cambios en el programa con la justificación de querer salirse de lo común, planteando presentar los productos en categorías como zapatos, sombreros, huipiles, etc.; además de limitar la cantidad de mercancía que se podía sacar a venta, lo cual provocó el descontento de varixs artesanxs por la falta de practicidad y por ser limitante para la ganancia económica. En cuanto preguntaron dónde se acomodarían para la venta, el equipo del staff comenzó a echarse la bolita porque no sabían. Mientras tanto, llegó un grupo de artesanxs por parte de fonart, y comenzaron a instalarse en la Plaza Original (explanada de pastito dentro de Los Pinos), lo cual generó el descontento de lxs artesanxs que iban por parte del evento Original. Finalmente llegó la organizadora, de cuyo nombre no quiero acordarme, para notificarles que ellxs, lxs artesanxs que iban por parte del evento Original, eran tan privilegiados que iban a exhibir sus piezas en pasarela y en el Atelier, por lo que les estaban dando chance a los demás artesanxs de vender ahí.
Pero a todo esto, ¿Qué es El Atelier? Es un espacio asignado en el primer edificio del Complejo Cultural, en donde se podían encontrar piezas exhibidas en una suerte de museografía de arte-objeto, es decir que, las producciones estaban expuestas de manera que se ensalzaban sus valores estéticos, pero se invisibilizaban los valores culturales. Las salas tenían una pinta de boutique exclusiva, de atelier de diseñador.

Ante la noticia de que no tendrían un lugar para venta, a pesar de que fueron invitadxs al evento precisamente para vender, muchxs artesanxs decidieron tomar cartas en el asunto y manifestaron su descontento advirtiendo que se retirarían del evento y con ellxs sus productos planeados para las pasarelas porque, argumentaban, nadie les preguntó siquiera cómo se utilizaban sus prendas. Entonces, el equipo organizador propuso darles 60cm. de mesa a cada artesanx para vender. En este momento quiero hacer una pausa en el relato para recordar que un lienzo tejido en telar de cintura mide aproximadamente entre 60cm. y 70 cm, de ancho porque es precisamente la medida de la cintura de una tejedora, es decir que no cabe ni un huipil. Otorgarle 60cm. de mesa a una artesana es un verdadero insulto y evidencia ridículamente la falta de conocimiento de lxs organizadorxs del evento y, sobra decir, un racismo recalcitrante. Finalmente, el equipo de Original comunicó a lxs artesanxs que lo que menos querían era estar mal con ellxs y que trabajarían toda la noche para poner una carpa y mesas para lograr la venta del día siguiente. #LágrimasBlancas
Tic tac tic tac
Llegamos al día de la inauguración del evento, 18 de noviembre de 2021. Llegué tarde por atender asuntos personales, pero pasé a visitar el dichoso Atelier, frente al cual estaba un pequeño cuarto con algunxs pocxs artesanxs ofertando sus productos.
¿Cuál fue el criterio de selección de estas piezas VIP? Lo desconozco. Tampoco tengo noticias de una convocatoria de artesanxs para participar en el evento, pero sí me consta que hay una gran cantidad de gente enojada por no haber sido contemplada para formar parte de la iniciativa. ¿Qué si tengo una hipótesis? Por supuesto: Utilizaron a influencers como directorio en lugar de asesorarse con gente que lleva años trabajando en el sector artesanal. La verdad es que tampoco me sorprende, es la nueva tendencia del capitalismo cognitivo. Considero que faltaron muchísimas regiones que ameritaban estar presentes, pero fui testigo de la presencia de varios renombrados revendedores que fueron presentados como diseñadores o productores, pero que en realidad se sirven del trabajo de numerosas mujeres tejedoras para ganar capital simbólico y, por qué no, también económico. #PactoPatriarcal
Haciendo un recorrido por las instalaciones del Complejo Cultural Los Pinos era evidente la falta de organización. La señalización estaba mal, la información era confusa…
Una vez inaugurado el evento y luego de haber hecho el correspondiente recorrido por el Atelier, lxs visitantxs podían acudir a la Plaza Original, donde encontrarían una carpa y una serie de mesas plegables con manteles amarillos, en donde se encontraban lxs artesanxs ofertando sus productos. También hubo una serie de conferencias paralelas a la venta en algunos de los edificios del complejo donde, además, ubicaron a más artesanxs para la venta, sin embargo, eran puntos poco estratégicos. La desorganización se hizo evidente pues el trabajo artesanal no fue presentado en stands con los datos de lxs artesanxs, la región ni el tipo de producción. Además, las mesas estaban tan apretadas que no se podía respetar la sana distancia que demanda la contingencia sanitaria por la que atravesamos. Los pasillos entre las filas de mesas estaban colmados de petates que hacían complicado el acceso y promovían tropezones. A pesar de todas estas vicisitudes, las ventas fueron bastante fructíferas, claro, tomando en cuenta lo poco que se ha vendido últimamente a causa de la pandemia.
A las 5 de la tarde comenzó la primera pasarela del evento. Aquí tengo muchas emociones encontradas porque, por un lado, celebro que se esté dando visibilidad a personas que han sido históricamente excluidas de este tipo de espacios, pero, por otro lado, considero que las violencias simbólicas presentes en dichas pasarelas deben ser erradicadas de manera urgente porque perpetúan estereotipos racistas.
En primer lugar, los cuerpos presentes obedecían a dos criterios, el primero de ellos consistía en la presencia modelos profesionales, mayoritariamente blancos, que parecían haber sido seleccionados para blanquear las prendas, es decir, para ser presentadas de modo que fueran accesibles para la élite mexicana (la paleta de color, las siluetas, las tallas, etc.). El segundo criterio eran aquellas personas que habían sido convocadas para modelar prendas, pero que obedecían a una evidente cuota de inclusión, y se trataba de personas racializadas en desventaja y personas de la disidencia sexual. Sobre todo, se buscó contar con la presencia de gente que ya tuviera cierto renombre dentro de sus ámbitos.
A juzgar por lo que pude presenciar en las diversas pasarelas a las que asistí, el criterio de selección de modelos obedece a una lógica tokenista. La palabra “tokenismo” (del inglés token: símbolo) fue acuñada en la década de los 60 en Estados Unidos por parte de los movimientos por los derechos civiles de las personas negras, y consiste en hacer concesiones simbólicas a grupos minorizados para evadir acusaciones de prejuicio y discriminación. El tokenismo, sin embargo, parte de una lógica liberal y moderna en donde no se ataca la estructura que mantiene a ciertas personas oprimidas, pero se les da visibilidad, casi como un premio de consolación.
Quiero puntualizar en este momento que no pretendo negarle agencia a ninguna de las personas que decidió formar parte de las pasarelas como modelo, sin embargo, me parece importante generar conciencia al respecto, debido a que lxs sujetxs tokenizadxs son vistxs más como íconos que como individuos, por lo que se les carga con responsabilidades como representar a toda una comunidad heterogénea, se perpetúan estereotipos y se limita su desarrollo personal.
Entre las críticas que tengo de las pasarelas se encuentra, sobre todo, el hecho de la exotización de las corporalidades no hegemónicas, presente en simbolismos como por ejemplo el uso del calzado, que mayoritariamente se encontraba reservado para ser portado por personas blancas, contrastando con la desnudez en los pies de las personas no blancas. Desde mi perspectiva, esto remite bastante a querer relacionar los cuerpos no blancos con “lo salvaje”, “lo natural”… Estereotipos por demás racistas.

Una de las críticas más fuertes que tengo, y que además ha sido ya mencionada por otras muchas personas, es lo irrespetuoso del modo de portar las prendas pertenecientes a sistemas indumentarios de naciones indígenas. En este momento me interesa puntualizar varias cuestiones que, si no se ha indagado mucho en el tema, pueden resultar confusas. Esta propuesta de clasificación la estoy realizando de manera ex profesa, por lo que debe ser tomada con mesura ya que la vestimenta de las naciones indígenas es sumamente compleja y heterogénea. En primer lugar, es necesario recalcar que la noción ontológica de cuerpo, es decir, la manera de ser y de entenderse dentro de una sociedad, varía de cultura en cultura y, por lo tanto, la noción de indumentaria (vestimenta, atavíos, desnudez, tatuajes, pintura corporal, accesorios, etc.) como experiencia corporal-cultural también es distinta.
En segundo lugar, resulta relevante entender que la indumentaria es un sistema que comprende una serie de elementos que solo pueden ser entendidos de manera conjunta y dentro de contextos específicos. Como un último punto antes de continuar, es importante recordar que, en todas las sociedades existen prendas y atavíos hechos para ocasiones específicas, es decir que no es lo mismo un vestido de domingo que un vestido de novia, o bien, no es lo mismo huipil ceremonial que uno de uso diario o uno hecho para venta externa.
Dicho lo anterior, y expresando de antemano que yo no formo parte de ninguna comunidad indígena, me resulta lacerante la manera en la que presentaron varias de las prendas dentro de las pasarelas de Original. Sobre todo, porque algunas de éstas son de uso ceremonial, aunque ya se hagan también para venta externa, porque se incurre en epistemicidio, exotización y folclorización de sociedades históricamente oprimidas a partir de la extracción de sus repertorios estéticos. Sobra decir, nuevamente, que esto es extremadamente racista y que, a pesar de tratarse de violencia simbólica, no es menos importante que otro tipo de violencias, puesto a que la indumentaria es más que una expresión estética, sino que está ligada a nociones ontológicas, comunitarias, identitarias y políticas.
Por poner un ejemplo, encontré violento el hecho de ver a un varón mestizo portando un huipil ceremonial de la comunidad tsotsil Chamula. Este tipo de huipiles solían utilizarse de manera cotidiana, pero hacia finales del siglo xx, debido a la presencia de misioneros evangélicos en la región, quienes comenzaron a regalar suéteres de cardigan, las mujeres cambiaron el huipil por blusas de satén, y el huipil de lana se transformó en indumentaria ceremonial. Cabe mencionar que este tipo de prendas son extremadamente difíciles de hacer, ya que implican una serie de operaciones tardadas y complejas, que van desde el trasquilado del animal, el cardado de la lana, el hilado, el lavado, el teñido con lodo negro, el tejido en telar de cintura, la unión de los lienzos, la obtención de la felpa a partir del cepillado, así como la colocación de los remates y apliques. La manufactura, además, resulta costosa, por lo que no cualquier persona puede acceder a tener este tipo de piezas.

Dicho lo anterior, resulta violento que una persona que goza de privilegios de género y racialización, utilice prendas ceremoniales de difícil acceso por mero divertimento, y sin atravesar en carne propia las violencias que interpelan a las mujeres tsotsiles que las han portado y de las cuales han sido históricamente despojadas.
Es posible notar, entonces, que portar una prenda de esta categoría como un producto exótico en una pasarela, en donde se ignoran el resto de los elementos del sistema indumentario, puede ser leído como despojo y, de esta manera, se podría identificar esta dinámica como extractivismo epistémico, es decir, una dinámica violenta en donde se extraen los elementos culturales de sociedades históricamente oprimidas, por parte de sociedades históricamente opresoras, para capitalizar los productos sin que exista una compensación real (no tokenista) hacia las comunidades de donde provienen estas producciones. El extractivismo epistémico es otra de las maneras en las que opera el racismo, entendido como un sistema de opresión, y no como un acto aislado de discriminación.

De acuerdo con el pie de foto original, este huipil estaba de moda cuando la portadora era niña, y todas las mujeres tsotsiles de la comunidad Chamula usaban huipiles de lana café, gris, blanca o negra. El pie de foto original no incluye el nombre de la mujer. Imagen tomada de Morris, Jr., M., Martínez, A., Schwartz, J., & Karasik, C. (2014). Guía textil de Los Altos de Chiapas. A textile guide of the highlands of Chiapas (Segunda edición). Coedición: Asociación Cultural Na Bolom A.C. / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Dirección General de Publicaciones.
En las grabaciones de las pasarelas se pueden encontrar numerosos ejemplos de este tipo de despojo, desde trenzas extremadamente largas portadas por mujeres blancas, hasta la colocación de ceñidores en prendas de forma cuadrada, como el huipil de Pinotepa Nacional que desfiló en la última pasarela. Esto también resulta lacerante, puesto a que este tipo de huipiles plasman en su iconografía y en su modo de portar, un paisaje sagrado de la Nación Ñuu Savi o Mixteca.

Quiero hacer la puntualización de que, como ya mencioné, no formo parte de ninguna nación indígena, por lo que mi opinión se basa, tanto en mi experiencia profesional estudiando exhaustivamente diversos sistemas indumentarios indígenas, como en las reflexiones compartidas con amigxs que sí pertenecen a estas naciones. Además, quiero también externar que no pretendo romantizar este tipo de producciones, sino denunciar una serie de violencias racistas. Hay que recordar también que las comunidades son heterogéneas y puede haber una variedad de opiniones encontradas con respecto a la indumentaria.
A modo de cierre, las pasarelas pretendían dar el crédito a quienes, de acuerdo con una visión occidental de abordar la indumentaria indígena, habían diseñado las prendas exhibidas. Para esto, fue necesario que Original nombrara a lxs artesanxs como diseñadorxs, debido a que necesitaba blanquear la categoría “artesanía” para elevarla a “diseño” porque se trata de una categoría racializada en desventaja. En este punto, mi queja va en varios sentidos, el primero de ellos es que considero innecesario querer “elevar” una categoría que es válida por sí misma, solamente para fines comerciales. Esto perpetúa la colonialidad del saber, en tanto que se actualiza la dicotomía jerárquica arte-artesanía, en donde el arte siempre es blanco y masculino, mientras que la artesanía es racializada en desventaja y femenina; y las categorías occidentales siempre parecen ser más valiosas que las que no lo son.
La segunda directriz de mi crítica se vuelca en el rompimiento (simbólico) de la comunalidad intrínseca de muchos procesos de manufactura artesanales, porque se prioriza a unx de lxs individuos de las cooperativas, invisibilizando el trabajo muchas otras personas. Con todo, reconozco el logro que implica que lxs productorxs sean reconocidxs por su trabajo de una manera tan explícita, sin obviar lxs concursos de “arte popular”, “artesanías”, etcétera.
El último punto que quisiera tocar, con respecto a las pasarelas, es el hecho que de algunxs de lxs artesanxs solicitaron que lxs modelxs no fueran quienes portaran algunas de las prendas que se prestaron para ser exhibidas. Esto debido a múltiples factores, entre ellos, que no se sentían cómodxs con la cantidad o el tipo de maquillaje que portaban lxs modelos, o bien, que no estaban de acuerdo con la manera de portar las prendas. Uno de los pocos aciertos que tuvo el evento fue permitir que algunxs artesanxs o sus acompañantes desfilaran.
Entre las dinámicas que se dieron tras bambalinas, según me comentaron, surgió el descontento de varixs artesanxs al percatarse de que algunxs modelos, contratados por agencia, no respetaban las prendas y estaban jugando con ellas o portándolas de modos bruscos que pudieran dañarlas. La queja era que nunca existió un trabajo de sensibilización para evitar este tipo de burlas.
Hemos llegado casi al fin de este relato. Me apresuro a enumerar las dinámicas que se dieron durante los brindis de inauguración y clausura del magno evento. Tanto la inauguración como la clausura de Original estuvieron plagadas de discursos nacionalistas y paternalistas. Recuerdo a cierto flautista agradeciendo a cierta secretaria por habernos otorgado dignidad… o algo por el estilo, comentario sucedido por vítores y gritos de orgullo nacional mexicano.
Una de las cosas que más me saltó fue que, mientras lxs asistentes a la inauguración disfrutaban de copitas de vino y canapés en la casa principal del Complejo Cultural Los Pinos, lxs artesanxs eran apresuradxs a guardar sus cosas para ser trasladadxs a su respectivo hotel y no formaron parte de la celebración que, supuestamente, se realizaba en su honor. Algo parecido ocurrió en la clausura, en donde tampoco fueron incluidxs en el brindis que dio cierre al evento. En cambio, se les notificó (ojo, no se hizo una consulta previa) que se quedarían hasta las 11 de la noche para que hubiera una especie de “venta nocturna”.
A pesar de esto, algunxs artesanxs tuvieron que partir porque ya tenían agendados los viajes de traslado a sus lugares de origen. Otrxs, decidieron que quedarse instaladxs hasta las 11 de la noche no era meritorio porque no había muchxs visitantes interesadxs en comprar, además de que ya estaban cansadxs y hambrientxs. Al mismo tiempo, el público en general y lxs asistentes a la clausura, se deleitaban con botellitas de cerveza, mientras presumían su maquillaje tribal, digno de la línea exotizadora del código de vestimenta.
El evento Original me dejó con un mal sabor de boca y con múltiples reflexiones. Algunxs dicen que debería de cancelarse, otrxs, que la cede es muy política y que debería relocalizarse. Hay quienes, en cambio, piensan que se puede pulir y que tiene mucho potencial, mientras que otrxs tantxs consideran que hay que generar contrapropuestas. Yo aún no he decidido qué pensar. Es una iniciativa que está planeada para llevarse a cabo de manera anual, al menos mientras dura esta gestión. El evento sobrepasó los 25 millones de pesos que estaban designados, ya que se añadieron los gastos de renta de carpa y mesas para la venta, los cuales no estaban contemplados.
Sin darle tantas vueltas, creo que el evento sirvió mucho para discutir diversos temas como el extractivismo epistémico, la colaboración entre diseñadorxs y artesanxs, la realidad del mercado, las necesidades particulares de cada región, la representación en medios y la instrumentalización de las luchas sociales por parte de un Estado racista, clasista y con nula empatía.
Hay mucho por reflexionar. Ojalá podamos seguir dialogando desde el respeto, con reciprocidad y en comunalidad.